| Trabajo presentado por León Ferrari en el primer encuentro 
          de artistas que formaron el grupo "Tucumán Arde" en Rosario (Argentina) 
          en agosto de 1968.
  La nueva vanguardia estética que se está constituyendo en nuestro país 
          tiene a mi criterio, tres características que se refieren a :
1 el significado de la obra, 2 la eficacia con que dicho significado se transmite 
          y 3 el público al cual se dirige.El grupo de arte experimental que desde hace unos 
          diez años está trabajando sobre las diversas tendencias internacionales 
          de la plástica, tiene el mérito de haber formado una generación de plásticos 
          que se distinguen por su espíritu de búsqueda, de renovación, de revolución 
          estética. Esa preocupación renovadora, que constituye uno de los fundamentos 
          de la nueva vanguardia, fue posiblemente la causa de que un sector de 
          aquella generación se diera cuenta que, mientras se dedicaba a realizar 
          y renovar sus obras y tendencias en un clima de aparente y festejada 
          libertad, estaba en realidad obedeciendo las reglamentaciones de una 
          academia que le ordenaba hacer arte sin ideología, sin significado y 
          para un público de elite cultural y social. Nuestra vanguardia, en efecto, 
          como casi todas las vanguardias contemporáneas, dirigió sus obras a 
          los críticos, teóricos, coleccionistas, museos, instituciones, muestras 
          internacionales, periodistas, etc., que los comprendían, alentaban y 
          daban prestigio. Este primer público al que se dirigía el artista, esta 
          suerte de elite cultural de la plástica, hizo entonces las veces de 
          intermediario y explicador de las nuevas tendencias introduciéndolas 
          en los sectores más pudientes: ya sea con los argumentos que esgrime 
          el interés comercial de los comerciantes de arte; ya sea con los a menudo 
          herméticos y especializados razonamientos de los teóricos que suelen 
          limitar sus estudios a lo que ellos mismos encuentran en las obras descartando 
          lo que las mismas significan para el común de los mortales; ya sea por 
          las charlas y conferencias de divulgación realizadas en asociaciones 
          de amantes del arte o de sostenedores de museos; ya sea a través de 
          artículos periodísticos que suelen descartar de la obra todo lo que 
          no sea raro, curioso o divertido, deteniéndose en cambio en detalles 
          y aspectos secundarios que pueden servir para darle a la publicación 
          la "agilidad periodística" o el "cinismo sofisticado" que asegure su 
          venta.Estos intermediarios, y las elites que ellos arrastraban, 
          y el grupo de artistas mismos, constituía la mayor parte de su público. 
          Cabe señalar que no todas las elites estaban con la vanguardia: parte 
          de los intermediarios, y las elites sociales que ellos representaban, 
          atacaron a la vanguardia quizá porque su ideología era tan conservadora 
          que los irritaba cualquier signo de revolución, aunque sólo se tratara 
          de un revolución de formas plásticas. El panorama era todavía más complejo 
          si se tiene en cuenta las críticas que la vanguardia recibió desde la 
          izquierda y que generalmente no tomó en cuenta.Es posible que una de las causas de aquella situación 
          se deba a que las vanguardias se dedican en general a desarrollar nuevos 
          lenguajes cuyas claves desconoce la mayoría, desconocimiento que la 
          induce a rechazar la obra o a mostrarse indiferente, actitud que origina 
          el alejamiento del artista quien se vuelve hacia las minorías que dicen 
          comprenderlo. Esas minorías entonces realizan con el artista una suerte 
          de canje de prestigios: le ofrece sus salas, sus premios, sus becas, 
          sus publicaciones, sus fiestas, que prestigian al artista, y le toma 
          sus obras, o su amistad, que la prestigian y que usa como indicadores 
          de posición social y cultural. Es decir que la cultura producida por 
          artistas que ideológicamente se sienten cerca de las mayorías populares, 
          es usada por las minorías como un arma más en su constante lucha contra 
          las mayorías, en su constante búsqueda de argumentos que justifiquen 
          sus privilegios, en su constante afirmar que eso que la elite entiende 
          por cultura da derechos a poseer y gobernar. Pero sucede que muchas veces esa cultura no existe 
          y es simulada con signos y señales que tácitamente colocan a su propietario 
          en la escala de los cultos. Y una de las señales más cómodas es el cuadro 
          que se cuelga una pared, que no da el trabajo de ser leído, ni de ser 
          estudiado, ni de ser escuchado: basta con decir que es gustado para 
          recibir su contagio cultural. Los artistas solemos ser entonces algo 
          así como tejedores de taparrabos culturales para los desnudos enriquecidos 
          cuya ideología combatimos. La cultura es entonces un arma enemiga de 
          guerra en la guerra fría de las clases sociales y en la guerra total 
          de los países desarrollados contra los así llamados subdesarrollados. 
          Pocas veces se oye hablar tanto de cultura como cuando se habla de las 
          guerras colonialistas del pasado y las neocolonialistas del presente: 
          son guerras del culto contra el inculto y eso las justifica a los ojos 
          de quien define cultura. Es así como la cultura que el artista está 
          haciendo es su enemiga.El artista de izquierda sufre entonces una disociación 
          entre lo que piensa y lo que hace, que se va multiplicando a medida 
          que tiene éxito, a medida que los intermediarios lo promueven, a medida 
          que la elite social lo acepta, lo toma y lo usa. Hubo artistas que descubrieron 
          esta evidencia y reaccionaron suprimiendo la primera etapa de su disociación. 
          Hicieron entonces obras de arte en las que expresaron sus ideas, obras 
          con mensaje, con contenido, con denuncia. El triunfo de sus obras significó 
          el fracaso de sus intenciones: el pequeño público y los intermediarios 
          demostraron su extraordinaria capacidad de absorción tomando la obra 
          por sus formas y minimizando sus contenidos. El arte es tan importante 
          para ellos que si la obra es arte la denuncia desaparece. Las villas 
          miserias con latas pegadas se vendieron a muy buenos precios. El comprador 
          sólo pide que haya arte, no le interesa lo que el pintor dice, sólo 
          le interesa cómo pone la pintura y cuál es su prestigio. No le importa 
          que lo insulten si el insulto es artístico. El arte todopoderoso sublima 
          y abraza todas las ideologías. Crítico, intermediario y comprador miran 
          la denuncia y ven arte. Y entonces el arte se convierte también en un 
          enemigo del artista, en un deformador de sus ideas, en un apaciguador 
          de sus rencores; porque la denuncia que es comprada por el denunciado 
          muere y se convierte no sólo en un indicador de jerarquía social sino 
          también en un indicador de la tolerancia, el humor, la inteligencia, 
          de la clase social, que él está condenado. El denunciado que compra 
          una denuncia está "sobrando" al denunciante, lo está usando com un distintivo 
          de su clase, como un distintivo de la sabiduría de su clase.Por otra parte debemos tener presente que la obra 
          no es el resultado del trabajo de un hombre sino que es el resultado 
          de un multitud de factores que se canalizan a través del autor, en especial 
          el medio donde se realizan y el público al que se dirigen. El constante 
          cambio de opiniones entre autor y observador, la trascendencia que se 
          suele dar a las críticas periodísticas, la fuerte competencia que se 
          desarrolla entre los plásticos, los deseos de promoción y éxito, los 
          premios, becas y el humano y natural deseo de ganarse la vida vendiendo 
          sus obras, condicionan en tal forma al artista que se puede afirmar 
          que la obra se realiza en colaboración invisible entre artista y su 
          público, entre el artista y los intermediarios. Este hecho fue perfectamente 
          comprendido por los intermediarios que apoyan y promueven a las nuevas 
          corrientes organizando exposiciones nacionales o internacionales. Estos 
          personajes en un principio limitaron su acción a la selección de un 
          grupo de artistas que participaba en la exposición con las obras que 
          cada uno de ellos resolvía. Pero luego los organizadores se transformaron 
          en tutores del arte y en creadores: sus obras eran las exposiciones 
          colectivas que organizaban pretendiendo que las diversas piezas expuestas 
          se ajustaran a sus directivas. Propusieron entonces formas, descartaron 
          temas, sugirieron otros, rechazaron ideas y obras y terminaron exigiendo 
          informes previos sobre las obras a exponer. El caso límite se registró 
          este año cuando el director de un Museo, suspendió el montaje de una 
          obra porque su autor se negó a disponer algunos materiales de la misma 
          en la forma como dicho personaje exigía. Es como si antes de colgar 
          una muestra cubista o dadá los cuadros debieran pasar por las oficinas 
          del director del museo donde el buen señor, pincel en mano, procediera 
          a modificar las formas y colores que encontrara de mal gusto.El caso mencionado unido a los numerosos episodios 
          de censura, autocensura y discriminación, tolerados en un principio 
          por los artistas y agudizados durante el corriente año, señalaron muy 
          claramente que una de las funciones de los intermediarios es impedir 
          que los artistas hagan obras que molesten a las minorías. Ante esa realidad, 
          la vanguardia se encontró frente al siguiente dilema: o seguir trabajando 
          en desarrollos formales bajo la dirección y censura de los intermediarios, 
          en obras destinadas a las minorías y reflejando tendencias y modas que 
          nos llegan del exterior donde también están destinadas a las minorías, 
          o cambiar de público. Es decir que si el pequeño público era una suerte 
          de coautor que deformaba sus obras, el artista se vio ante la necesidad 
          de buscarse otro que las esclareciera. Y esto es lo que ahora está sucediendo: 
          por primera vez nuestra vanguardia no se limita a un mero cambio formal, 
          realizado con no-significados frente a un pequeño público, sino que 
          rompe con todo el medio que lo alentaba y controlaba, rechaza a las 
          minorías y a sus intermediarios nacionales y extranjeros, y se dirige 
          a las mayorías. Es decir que la vanguardia se niega a agregar un eslabón 
          más en la cadena abstracción geométrica, informalismo, neofiguración, 
          neogeometría, arte pop, happenings, etc, y se traslada a otros medios 
          donde experimentará con intenciones estéticas absolutamente diferentes.Cabe señalar que ha habido algunos intentos de acercar 
          el arte a un público más amplio. Aparte de todos los usos y aplicaciones 
          que el arte tiene en publicidad, modas diseño industrial, etc, una vez 
          que el lenguaje desarrollado por las vanguardias comienza a ser comprendido 
          y gustado, hubo algunas obras de la vanguardia formalista que tuvieron 
          carácter más popular pero que nada tienen que ver con las intenciones 
          de la nueva vanguardia. Algunas obras de Marta Minujin, por ejemplo, 
          y las exposiciones de Julio Le Parc, con ser muy diferentes tienen en 
          común la intención, o el resultado, de presentar obras con características 
          ingeniosas, novedosas o divertidas, que originan una mayor afluencia 
          de visitantes. Son obras que el artista abre al gran público desde su 
          posición de elite en estrecha alianza cultural con las minorías y, a 
          veces, desde las instituciones de las minorías. Esto las hace aparecer 
          como participando del paternalismo cultural que las minorías suelen 
          sentir por las mayorías.En un plano bien diferente se encuentra alguna de 
          las obras del arte de los medios y, por encima de las obras, las ideas 
          que publicaron Roberto Jacoby y Eliseo Verón sobre la utilización de 
          los medios masivos de información en obras que no se limiten a un juego 
          formal sino que "actúen sobre el receptor", de "hacer hacer". Las ideas 
          expuestas, especialmente por Jacoby, incluyen la ampliación del público 
          receptor y el uso de los medios de información para llegar a él, y constituyen 
          uno de los más valiosos antecedentes de la nueva vanguardia. El cambio de público, el cambio de coautor, implica 
          un cambio en la manera de analizar y estudiar una obra. El artista ya 
          no verá más a su obra en el espejo formado por los aplausos y críticas 
          de los teóricos de la elite, que se detienen en los aspectos formales 
          de la misma, sino que la verá a través de las reacciones y opiniones 
          de las mayorías, que suelen preocuparse más por lo que la obra significa 
          que por su estilo formal. Es decir que el artista juzgará sus obras, 
          y las ajenas, por lo que las mismas signifiquen para el público al que 
          van dirigidas. Las obras no son entonces geométricas, informalistas 
          o figurativas; sino que son significantes o no significantes.Encarando el estudio en esta forma nos encontramos 
          con dos casos extremos. Uno de ellos sería una obra informalista que 
          reprodujera la mancha simétrica de un test Rorschach; una encuesta entre 
          un grupo de observadores nos indicaría que hay tantas interpretaciones 
          como observadores, pues cada uno de ellos proyecta en el significado 
          de la obra su propia personalidad. Estas obras, que podrían llamarse 
          de arte Rorschach, son de significado abierto, libre o múltiple, y su 
          personalidad significante es casi nula pues se limitan a ser un punto 
          de apoyo, un centro de sugestión, para que el observador encuentre en 
          ella lo que él mismo determina, o la rechace de plano si no le interesa. 
          Con este tipo de obras el autor no puede hacer mensajes pues si los 
          incluye en su cuadro su mensaje se deformará al transformarse su significado 
          en el observador.El otro caso extremo es el de una obra cuyo significado 
          sea igualmente interpretado por todos los observadores: es una obra 
          de significado cerrado, único o ineludible. Entre estos dos puntos extremos 
          se encuentran todos los matices que resultan de la mayor o menor preponderancia 
          de la obra o del observador cuando se produce el choque entre ambos. 
          Allí se encuentran también las obras sobre las cuales la mayoría de 
          los encuestados conteste que no significan nada: son obras sin significado.Cabe señalar la diferencia que existe entre una naturaleza 
          muerta, por ejemplo, cuyo significado es sólo un soporte para hacer 
          buena o mala pintura, y otra obra a la cual el autor premeditadamente 
          quiere dar un significado trascendente.La mayor parte de las obras de vanguardia de los últimos 
          años son de significado libre, sean cuales hayan sido las intenciones 
          de sus autores y las interpretaciones que los críticos le hayan dado. 
          Y se puede sospechar además que gran parte de los artistas no se preocuparon 
          por los significados sino que invirtieron todos estos años en renovar 
          las formas. De modo que la vanguardia, cuya característica es la de 
          romper reglamentos, normas y leyes estéticas, se limitó a destruir leyes 
          formales sin darse cuenta quizá que su afán de cambio se limitaba a 
          un aspecto de la obra, que su destrucción de academias estaba gobernada 
          por una academia invisible e inviolada: la academia de la revolución 
          formal, la academia del significado libre o del no significado.Las obras de vanguardia tuvieron un significado, a 
          pesar de todo, un significado que se refiere precisamente al cambio 
          formal que esa vanguardia propone. El significado principal de las primeras 
          obras informalistas no se desprendía del cuadro en sí, sino de la aparición 
          de la mancha en oposición a la abstracción geométrica. El significado 
          era el hallazgo de una nueva forma de expresión. Eso es lo que las hace 
          fuertes. Pero perdido ese significado inicial por el rápido desgaste 
          de las nuevas formas, esas escuelas mueren en el arte decorativo y académico. 
          La vanguardia se lanza entonces a buscar otro cambio y a buscar otro 
          significado de cambio que dé vida a sus obras, pero se limita a buscar 
          nuevas formas de decir cosas sin preocuparse por lo que esas formas 
          en definitiva van a decir, sabiendo quizá que, de todos modos, su obra 
          tendrá una interpretación oficial, vector resultante en un principio 
          de las interpretaciones de los observadores contemporáneos, en especial 
          de los críticos, teóricos, etc, y más adelante, cuando esto sea historia, 
          de su ubicación en el tiempo estético.Si consideramos a la obra de arte como una organización 
          de materiales estéticos seleccionados por su autor y realizadas siguiendo 
          reglas inventadas por el autor o tomadas prestado, podemos comprobar 
          que lo que la vanguardia ha hecho ha sido ampliar constantemente la 
          lista de materias primas usables en arte y renovar constantemente las 
          leyes que la organizan. Así fue como al óleo y al bronce se agregaron 
          los trapos, las latas, lo cursi, la luz, el sonido, el tiempo, el ambiente 
          donde se expone, los medios de difusión, la autodestrucción, la acción, 
          etc. Pero al ampliar la lista, la vanguardia y sus teóricos olvidó o 
          rechazó uno de los materiales estéticos más importantes: los significados. 
          Cuando algunos teóricos afirman que la ideología es el anticuerpo del 
          arte o que los significado son irrelevantes en el juicio de la obra 
          y cuando algunos artistas afirman que no es posible mezclar la política 
          con el arte, están en realidad afirmando que los contenidos, por lo 
          menos los contenidos políticos, no son materiales estéticos sino que 
          son aestéticos o antiestéticos. La vanguardia obedeció a esos principios 
          como si le hubieran ordenado: de los colores no usarás el amarillo. 
          Olvidando que no hay absolutamente nada que no pueda ser usado para 
          hacer arte y que quien afirme que el rojo, el tiempo, el significado, 
          la política , no es compatible con el arte, no es material estético, 
          desconoce lo que es vanguardia.Los significados claros, los compromisos sociales, 
          la ideologías, constituyeron entonces lo que Noé llamaría una de las 
          antiestéticas más perdurables e inconmovibles. Era previsible que, aunque 
          sólo fuera por motivos profesionales la vanguardia la eligiría para 
          hacer de ella su nueva estética. Es lo que está sucediendo.El significado sólo no hace una obra de arte. Los 
          diarios están llenos de significados que la gente lee indiferente. Nuestro 
          trabajo consistirá entonces en organizar esos significados con otros 
          elementos en una obra que tenga la mayor eficacia para transmitirlos, 
          revelarlos y señalarlos,. Nuestro trabajo consiste en buscar materiales 
          estéticos e inventar leyes para organizarlos alrededor de los significados, 
          de su eficacia de transmisión, de su poder persuasivo, de su claridad, 
          de su carácter ineludible, de su poder o de obligar a los medios de 
          difusión a publicitar la denuncia, de su característica de foco difusor 
          de escándalo y perturbación.El arte no será ni la belleza ni la novedad, el arte 
          será la eficacia y la perturbación. La obra de arte lograda será aquella 
          que dentro del medio donde se mueve el artista tenga un impacto equivalente 
          en cierto modo a la de un atentado terrorista en un país que se libera.Algunos de estos pensamientos originaron las obras 
          que expuse o publiqué en los últimos años. Otros se los debo a conversaciones 
          con amigos o a la observación de sus obras, en especial de: Margarita 
          Paksa, Ricardo Carreira, Roberto Jacoby, Pablo Suarez, Eduardo Ruano.León Ferrari Agosto 1968 |